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remenches dende l'aldo galligo

Caprichos

Caprichos

A veces, solo a veces, llega la calma a mi casa.

Esta tarde tengo en las manos un capricho. Cuando hace unos años, antes del mal astro compré, por placer, en la librería Enrique Prieto de Madrid una primera edición de ’El cabo de las tormentas’ de Pio Baroja. La de Espasa Calpe de 1932. La devoré allí, en el apartamento que alquilamos delante del Palacio Real.

Recuerdo que el día antes de viajar a Madrid había pasado toda la mañana en el Archivo Histórico Provincial de Zaragoza recogiendo datos de Torres Escartín, leyendo su apasionante proceso policial.

Y que al siguiente consulté, ya en Madrid el legado de Tomás Navarro Tomás. Hoy he encontrado también una foto en el ordenador. Todo por placer. 

En las tres cosas estaba detrás mi Sabiñanigo.

Hoy he cogido la novela de Baroja, la he vuelto a oler, a acariciar, a leer el trozo que me gusta y volverla a su estantería, junto a las biografías de Durruti y Francisco Ascaso.

De vez en cuando esos placeres pequeños son lo que te quedan en la vida. Y la tarde, por supuesto, continua su marcha.

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